miércoles, 8 de septiembre de 2010

Johnny Cash; el hombre en pena. - Andrés Páramo Izquierdo

A Johnny Cash no es necesario desenmascararlo. No hacía falta una investigación periodística profunda para saber de sus problemas y de sus fantasmas internos. Basta con escuchar las letras de sus canciones y perderse por unos segundos en ellas. En esa oscuridad que suponen, en ese eterno chocar de unas con otras, que finalmente y para bien, se reconducen por los canales bajos de su voz.

El vehículo que usó Johnny Cash para transportar esa penumbra es el country. La música de guitarras sincrónicas y repetitivas que ayudaba a ahondar en sus heridas profundas. Aunque bien podría haber sido cualquier otro género posible, desde rock and roll o heavy metal de gritos y guitarras estridentes, hasta rancheras escandalosas y borrachas; lo que él quisiera. Como todo artista (todo buen artista) Johnny Cash es un hombre imposible. Un absurdo que hace que no haya nadie como él para relatar la vida. En su caso la vida carcelaria. Ningún historiador, ni sociólogo, ni político de turno, ni alcaide retirado vuelto memorialista, sirve como él para generar la empatía por el mundo paralelo y exclusivo de una prisión. Cash tiene la llave.

Y aunque él no lo quiera, literalmente o entre líneas, consciente o inconscientemente, siempre vuelve allá. A su mundo entre rejas.  A la pena, a la culpa, a la desesperación del interno. Al sentimiento de escuchar un tren a lo lejos, que viaja, que vive, que colorea la vida afuera y no poder verlo por estar uno encerrado. Al disparo que mató a un inocente y que deberá pagar por el resto de su vida. Cash llora, dicen sus letras, por sus amigos en prisión, por la sociedad que los crea y que los encierra.

Podría uno sacar miles de análisis de la realidad interna a partir de sus letras, pero Cash parece que sólo quiere dejar volar sus frases, y que tengan el efecto que tengan, que lo alimenten a él y a sus miles de compañeros reclusos. Que sea como sea, que odien la prisión (como él), pero que la necesiten de una forma aberrada también (como él) Que la bala siga su curso como ella quiera.

Hay que pasearse por estas canciones y descubrir en ellas la singularidad que representan. Lo único que tiene Cash es la prisión, su sufrimiento por ella es su condena eterna. Cash entiende como nadie, y por eso es que los reclusos lo acompañan con aplausos desmedidos y emotivos a cada verso que lanza, a cada palabra sentida, a cada estrofa acabada. Hay que volver a Johnny Cash para entender la realidad paralela que se alza tras las barras. De la sociedad olvidada y presente. Para esto sirve su música.

Dejo acá un video que graba desde la prisión, para que la imagen alimente mejor la idea:





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