lunes, 23 de mayo de 2011

Lo poco y lo mucho. Por Andrés Páramo Izquierdo

Les comparto este video que me cautivó. No es sólo su perfecta confección y su tremenda estética, sino también lo que representa. Porque una coreografía - como ésta - que es arte también, nos demuestra en su figura lo lejos que se puede llegar.


lunes, 9 de mayo de 2011

Lo poco y lo mucho. Por Andrés Páramo Izquierdo

Les comparto este video que me cautivó. No es sólo su perfecta confección y su tremenda estética, sino también lo que representa. Porque una coreografía - como ésta - que es arte también, nos demuestra en su figura lo lejos que se puede llegar.

viernes, 25 de febrero de 2011

En toda su expresión. Por Andrés Páramo Izquierdo.

The Shawshank Redemption (1994) es una película que nos hace vivir la prisión de cabo a rabo. Es, advierto, la historia de una prisión romántica, como esa misma década del 50 que retrata: de reclusos que hacen trabajos sociales y se la pasan intercambiando favores con cigarrillos; presos que comen a diario una bandeja con pan, fríjoles, arroz, carne y jugo. Ni compararla con alguno de los monstruos de hoy día, donde los reclusos están unos encima de otros como animales de experimento.  

Lo magnífico de la película es que nos muestra todo: desde la arquitectura tipo panóptico de grandes muros grises, horarios rígidos y un superestado  encima, hasta las emociones más puras por parte de sus reclusos. Los sentimientos más íntimos, las pequeñas fibras cotidianas, el andamiaje humano al desnudo, la gasolina del carro bombeando sangre. 

La película la narra Red (Morgan Freeman) desde que conoció a Andy Dufresne (Tim Robbins), un banquero condenado injustamente a cadena perpetua.  La sensibilidad de Andy empieza a calar de repente en la conciencia de todos. Fue esa misma forma de afrontar el aislamiento humano por medio de recursos tan sencillos como afiches de mujeres desnudas, libros donde las historias se recrean en ambientes al aire libre o música que pone a volar los sentidos, que Andy se ganó el respeto y la admiración de todos. 

Andy Dufresne transforma la cárcel, pero al mismo tiempo, - porque, como nos lo dicen en la película, tiene todo el tiempo del mundo -, va cavando su camino hacia la bien merecida libertad. Veinte o treinta, - ya no sé cuantos - años después, Andy se escapa, se va así, logra salirse a un mundo que lo recibe con una sonrisa, la playa en donde la brisa marina le golpea la cara a toda velocidad. 

En la simplicidad de la película, de sus diálogos, de los pequeños dilemas que esconde, es donde radica su grandeza. En esa pequeña sensación de apoyo que sentimos, no sólo con Andy que es inocente, sino con Red y Brooks, quienes nos muestran un aspecto de la vida tras las rejas que no entendemos: la costumbre. 

Te acostumbras a los muros. Cuando llevas ya sesenta años detrás de ellos, empiezas a quererlos cada día más.Ya eres parte de eso, se volvió tu vida, te tocó esa, casi que la escogiste y ahí estás, viviendo el día a día, las amistades, las noches frías detrás de los barrotes. Brooks sale al mundo después de sesenta años, y cuando ve que ese mundo, que él mismo se quitó en el pasado, ha cambiado tanto, no lo quiere. No entiende los carros, no entiende a la gente, no entiende su trabajo de ex presidiario. En la cárcel él era poderoso y respetado ¿y ahí qué? un viejito inservible, un don nadie, un vejestorio que quiere coger un revolver, matar a alguien, y que lo devuelvan a su casa. La vida ya no está afuera. 

Dentro de todos estos conflictos, el análisis de cada personaje que tiene protagonismo al interior de la cárcel, las noches y días enteros que Andy cava su libertad, estamos pegados del asiento. La película es lenta pero nos mantiene en vilo, nos expone a nosotros mismos.

La recomiendo mucho.

Acá va el trailer. 







jueves, 17 de febrero de 2011

El preso.

No puede faltar en este espacio la canción que siempre pedimos a gritos. Se aplica a todo, pero al mismo tiempo, habla de una sola cosa:


                    
                                                                                                                                                            

Capote a sangre fría. Por Andrés Páramo Izquierdo

Alquilé y me vi la película Capote (2005) de Bennett Miller, protagonizada magistral y - por eso mismo - fastidiosamente por Philip Seymour Hoffman. Retrata un episodio de la vida del controversial escritor Truman Capote. Tal vez el más importante de su carrera: la inspiración y confección de la obra maestra  "A Sangre Fría" (In cold blood). 

Se trata de un relato crudo, realista e innovador - en términos literarios - , que narra el asesinato perpetrado en Kansas a manos de Richard Hickock y Perry Smith a la familia nuclear clásica. El evento causa tal conmoción en la sociedad gringa, que cuando nuestro Capote se entera de lo sucedido, corre como un sabueso tras la historia.

La película nos deja ver a un Capote, digámoslo así, demasiado real: ambicioso, frágil, desesperado por terminar, egoísta, egocéntrico, entregado absolutamente a su novela, alcohólico, drogadicto, destrozado. Capote va a donde Perry Smith y le saca la historia como puede. Se vale de múltiples recursos: mentiras, promesas, historias inventadas, de decirle "el libro no se llama ´A Sangre Fría`, eso se lo inventó la prensa", es decir, de lo que sea. Lo que se le ocurra, lo que su retorcida moral le permita para llegar a su fin.  

Perry, el asesino - también demasiado real -, finalmente le cuenta la historia. Se la cuenta en el calabozo donde lo encierran durante el juicio. Y tras las rejas, de esta forma que alimenta el blog presente,  la investigación de Capote se demora esta vida y la otra. Perry se deprime, no come, no bebe, no vive, está ahí, como un animal en cautiverio, con los ojos idos al infinito, sin poder hacer nada por su causa - quiere un abogado que lo saque libre -. 

Capote logra ponerle punto final a la historia después de meses y meses de trabajo, idas a la cárcel, sobornos al alcaide, escondidas de los cuerpos de seguridad, terminada con su novio y recorte de presupuesto. Capote atravesó por un infierno de desesperación también. El final - que Truman Capote esperaba ya  con llanto de desesperación -  es lo que debió ser siempre, el destino de Perry, la justicia que no perdona: ahorcado, pensando que Capote lo reivindicaría con su historia, engañado totalmente.

Él por fin tiene su historia publicada, hermosa y cruda, la fama a nivel mundial, la autoría de un nuevo género, es decir, todo. Pero no salió limpio. No se sabe bien por qué, pero pudieron ser los engaños y las deprimentes charlas con Perry Smith, lo que llevó a su destrucción casi inmediata a manos del alcohol y las drogas.

La película nos deja ver de forma desgarradora una mezcla de los más bajos instintos humanos y un retrato en carne viva del dolor cuando las decisiones no son las mejores. De ejemplo está esa relación de amistad entre Smith y Capote.  

El trailer, por si se les antoja:








miércoles, 8 de septiembre de 2010

Johnny Cash; el hombre en pena. - Andrés Páramo Izquierdo

A Johnny Cash no es necesario desenmascararlo. No hacía falta una investigación periodística profunda para saber de sus problemas y de sus fantasmas internos. Basta con escuchar las letras de sus canciones y perderse por unos segundos en ellas. En esa oscuridad que suponen, en ese eterno chocar de unas con otras, que finalmente y para bien, se reconducen por los canales bajos de su voz.

El vehículo que usó Johnny Cash para transportar esa penumbra es el country. La música de guitarras sincrónicas y repetitivas que ayudaba a ahondar en sus heridas profundas. Aunque bien podría haber sido cualquier otro género posible, desde rock and roll o heavy metal de gritos y guitarras estridentes, hasta rancheras escandalosas y borrachas; lo que él quisiera. Como todo artista (todo buen artista) Johnny Cash es un hombre imposible. Un absurdo que hace que no haya nadie como él para relatar la vida. En su caso la vida carcelaria. Ningún historiador, ni sociólogo, ni político de turno, ni alcaide retirado vuelto memorialista, sirve como él para generar la empatía por el mundo paralelo y exclusivo de una prisión. Cash tiene la llave.

Y aunque él no lo quiera, literalmente o entre líneas, consciente o inconscientemente, siempre vuelve allá. A su mundo entre rejas.  A la pena, a la culpa, a la desesperación del interno. Al sentimiento de escuchar un tren a lo lejos, que viaja, que vive, que colorea la vida afuera y no poder verlo por estar uno encerrado. Al disparo que mató a un inocente y que deberá pagar por el resto de su vida. Cash llora, dicen sus letras, por sus amigos en prisión, por la sociedad que los crea y que los encierra.

Podría uno sacar miles de análisis de la realidad interna a partir de sus letras, pero Cash parece que sólo quiere dejar volar sus frases, y que tengan el efecto que tengan, que lo alimenten a él y a sus miles de compañeros reclusos. Que sea como sea, que odien la prisión (como él), pero que la necesiten de una forma aberrada también (como él) Que la bala siga su curso como ella quiera.

Hay que pasearse por estas canciones y descubrir en ellas la singularidad que representan. Lo único que tiene Cash es la prisión, su sufrimiento por ella es su condena eterna. Cash entiende como nadie, y por eso es que los reclusos lo acompañan con aplausos desmedidos y emotivos a cada verso que lanza, a cada palabra sentida, a cada estrofa acabada. Hay que volver a Johnny Cash para entender la realidad paralela que se alza tras las barras. De la sociedad olvidada y presente. Para esto sirve su música.

Dejo acá un video que graba desde la prisión, para que la imagen alimente mejor la idea: