viernes, 25 de febrero de 2011

En toda su expresión. Por Andrés Páramo Izquierdo.

The Shawshank Redemption (1994) es una película que nos hace vivir la prisión de cabo a rabo. Es, advierto, la historia de una prisión romántica, como esa misma década del 50 que retrata: de reclusos que hacen trabajos sociales y se la pasan intercambiando favores con cigarrillos; presos que comen a diario una bandeja con pan, fríjoles, arroz, carne y jugo. Ni compararla con alguno de los monstruos de hoy día, donde los reclusos están unos encima de otros como animales de experimento.  

Lo magnífico de la película es que nos muestra todo: desde la arquitectura tipo panóptico de grandes muros grises, horarios rígidos y un superestado  encima, hasta las emociones más puras por parte de sus reclusos. Los sentimientos más íntimos, las pequeñas fibras cotidianas, el andamiaje humano al desnudo, la gasolina del carro bombeando sangre. 

La película la narra Red (Morgan Freeman) desde que conoció a Andy Dufresne (Tim Robbins), un banquero condenado injustamente a cadena perpetua.  La sensibilidad de Andy empieza a calar de repente en la conciencia de todos. Fue esa misma forma de afrontar el aislamiento humano por medio de recursos tan sencillos como afiches de mujeres desnudas, libros donde las historias se recrean en ambientes al aire libre o música que pone a volar los sentidos, que Andy se ganó el respeto y la admiración de todos. 

Andy Dufresne transforma la cárcel, pero al mismo tiempo, - porque, como nos lo dicen en la película, tiene todo el tiempo del mundo -, va cavando su camino hacia la bien merecida libertad. Veinte o treinta, - ya no sé cuantos - años después, Andy se escapa, se va así, logra salirse a un mundo que lo recibe con una sonrisa, la playa en donde la brisa marina le golpea la cara a toda velocidad. 

En la simplicidad de la película, de sus diálogos, de los pequeños dilemas que esconde, es donde radica su grandeza. En esa pequeña sensación de apoyo que sentimos, no sólo con Andy que es inocente, sino con Red y Brooks, quienes nos muestran un aspecto de la vida tras las rejas que no entendemos: la costumbre. 

Te acostumbras a los muros. Cuando llevas ya sesenta años detrás de ellos, empiezas a quererlos cada día más.Ya eres parte de eso, se volvió tu vida, te tocó esa, casi que la escogiste y ahí estás, viviendo el día a día, las amistades, las noches frías detrás de los barrotes. Brooks sale al mundo después de sesenta años, y cuando ve que ese mundo, que él mismo se quitó en el pasado, ha cambiado tanto, no lo quiere. No entiende los carros, no entiende a la gente, no entiende su trabajo de ex presidiario. En la cárcel él era poderoso y respetado ¿y ahí qué? un viejito inservible, un don nadie, un vejestorio que quiere coger un revolver, matar a alguien, y que lo devuelvan a su casa. La vida ya no está afuera. 

Dentro de todos estos conflictos, el análisis de cada personaje que tiene protagonismo al interior de la cárcel, las noches y días enteros que Andy cava su libertad, estamos pegados del asiento. La película es lenta pero nos mantiene en vilo, nos expone a nosotros mismos.

La recomiendo mucho.

Acá va el trailer. 







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